“Tanto cielo por volar y uno enamorándose de jaulas” (Fredy Jiménez)…
Tardó un tiempo en comprender al amigo Fredy. Tanto “Disney” barato, historias románticas enlatadas y ese extraño romanticismo que, en su momento, desprendía el anhelado sufrimiento, hicieron mella en sus alas. Al fin y al cabo, pensaba: esta hermosa jaula de oro es tan bonita…Cuentos de cisnes, patitos feos, ranas encantadas… Nosotros, los animales, debemos sufrir. Tenía tan interiorizada la prioridad del dolor… Se rodeaba de seres sufrientes. Le atraían. Conversaba con ellos a través de los barrotes. Admiraba su espíritu mártir. Era tan hermosa su crudeza: el erizo, que se defendía del mundo amenazando con sus púas, ante la mínima señal de alarma. La mofeta pestilente, que lloraba su soledad, al mismo tiempo que se aislaba con su putrefacto hedor. El camaleón, mimetizándose constantemente de una manera asombrosa, perdiendo, así, su identidad. La gata, sacando sus uñas y crispándose ante la vida. La gallina, madre sufridora y abnegada con sus polluelos. Aquella mantis, atormentada por los amantes asesinados. La pequeña oruga, arrastrada y doliente… Toda una fauna que, ante sus ojos, resultaba conmovedora. Un reflejo de la realidad de la existencia, de lo que debe ser.
Hasta que se cansó de su triste piar, de su pobre aleteo. Levantó la vista y divisó el cielo azul. Tal vez, aquella no era la vida que deseaba tener. Puede que, tuviera derecho a emprender el vuelo, a alzarse.
El vértigo, se instaló en su estómago. Le asustaba poder ser libre. Tener capacidad para decidir. ¿Y si se equivocaba? ¿si se estrellaba contra el suelo? ¿si todo aquello no era más que una ilusión? ¿Merecía la pena correr el riesgo? Sintió que sí. Es más, se precipitó en más de una ocasión. Sus alas, fallaron algunas veces, pero… ¡Mereció la pena! Hubo instantes en los que danzó en el cielo. Pudo sorprenderse de su fortaleza y su pasión. Además, todo resultó mucho más sencillo cuando aceptó que ella era un auténtico… pájaro loco.
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